Madre, hace tiempo no te escribo… Recuerdo que a veces
intercambiábamos correos hablando de viejas historias familiares, poesía, caminatas,
recetas de cocina, mejor dicho, truquitos para conseguir un buen platillo ...
Es raro escribirte sabiendo que no me contestarás, pero mi
conciencia científica se toma un descanso y regreso a la posibilidad de
encontrarte en sueños y que allí me sigas narrando aquella historia que nunca
terminaste de escribir, aquel paseo por la casa de Castelar que se quedó trunco
cuando llegaste frente al limonero, aquella película que viste en la cinemateca
y no me quisiste contar el final por si yo algún día… ya sabes, las cosas que estuvieron
pasando y que no podíamos compartir porque un océano de palabras se puso a
vivir en medio.
Quisiera saber que pasó con el viento que entraba por la
ventana y movía la cortina delicadamente, dejando pasar la suave luz de la
tarde, dibujando pequeñas sombras espectrales en las paredes. Sombras que se
salían de su curso, se convertían en breves seres multiformes que se iban a
vivir a los cuadros, los adornos, los platos, copas y cubiertos, sombras que
bailaban frente a tus ojos haciéndote descubrir un mundo que sentías
profundamente tuyo, y que tratabas de entender con palabras que aun no existen
en los diccionarios, un mundo que quizá ahora ayudas a dibujar… quizá ahora
ayudas a que vivamos en él. Sólo dime si existe tal, susúrramelo a la hora de
cocinar o de dormir, allí estarán mis orejas, atentas al jaloncito.
De bebé creo recordar tus zapatos blancos, de tacón, cuando
entrabas al jardín, me agarrabas y me hacías volar por el aire, aunque sé que
eso me lo contó la abuela. De niño te recuerdo terminando de pintar los cuadros
de mi padre, y también los de otros artistas de aquel tiempo. De adolescente, abrazándome
junto a una enredadera de bugambilia, el día que te mostré mi primer poema. Te
recuerdo tratando de no llorar cuando me fui a estudiar a la ciudad. Cuando te
visitaba siempre me hacías milanesas o arroz con pollo. Y me encantaba recibir tus
cartas en papel de rayas celestes, con tu letra redondeada. ¿Te acuerdas cuando
te ayudaba a pintarte el cabello o cuando me llevaste a tomar mi primer milkshake?.
Siento decirte que casi no tomo leche en estos días, pero el recuerdo es
delicioso, aunque debo confesar que el mejor de todos los recuerdos es aquel
abrazo que nos diste a mi hermano y a mi en una playa al norte del Perú, aun siento el
latido de tu corazón mezclándose con las olas.
Antes de despedirme quiero agradecerte por incitarme a
escribir ese poema del vino, se que ambos disfrutamos la alegría inspiradora de
un Malbec, a ver si nos vemos pronto y nos tomamos una copa en el balcón y
hablamos de los viejos tiempos.
Te adjunto un poema que estoy haciendo y no puedo encontrar final, es uno que semeja una carta y parece estar llena de recuerdos, pero en el fondo siento que es otra cosa. Quisiera que fuera un mensaje secreto, una piedra lanzada al vacío, una gota de agua sobre el cristal invisible de la memoria … A ver si me ayudas a terminarlo, que seguro tienes una buena idea, como eso de moler el ajo con el tenedor y esconderlo bajo los trozos de pescado a la hora de hacer ceviche.
Te adjunto un poema que estoy haciendo y no puedo encontrar final, es uno que semeja una carta y parece estar llena de recuerdos, pero en el fondo siento que es otra cosa. Quisiera que fuera un mensaje secreto, una piedra lanzada al vacío, una gota de agua sobre el cristal invisible de la memoria … A ver si me ayudas a terminarlo, que seguro tienes una buena idea, como eso de moler el ajo con el tenedor y esconderlo bajo los trozos de pescado a la hora de hacer ceviche.
Un beso enorme, tu hijo Adrián.
(23 Abril 2012)
© poema-carta de adrián
© foto de verita (creo, que sino, quizá fue la abuela)