23 abril 2012

Carta a mi Madre muerta




Madre, hace tiempo no te escribo… Recuerdo que a veces intercambiábamos correos hablando de viejas historias familiares, poesía, caminatas, recetas de cocina, mejor dicho, truquitos para conseguir un buen platillo ...

Es raro escribirte sabiendo que no me contestarás, pero mi conciencia científica se toma un descanso y regreso a la posibilidad de encontrarte en sueños y que allí me sigas narrando aquella historia que nunca terminaste de escribir, aquel paseo por la casa de Castelar que se quedó trunco cuando llegaste frente al limonero, aquella película que viste en la cinemateca y no me quisiste contar el final por si yo algún día… ya sabes, las cosas que estuvieron pasando y que no podíamos compartir porque un océano de palabras se puso a vivir en medio.

Quisiera saber que pasó con el viento que entraba por la ventana y movía la cortina delicadamente, dejando pasar la suave luz de la tarde, dibujando pequeñas sombras espectrales en las paredes. Sombras que se salían de su curso, se convertían en breves seres multiformes que se iban a vivir a los cuadros, los adornos, los platos, copas y cubiertos, sombras que bailaban frente a tus ojos haciéndote descubrir un mundo que sentías profundamente tuyo, y que tratabas de entender con palabras que aun no existen en los diccionarios, un mundo que quizá ahora ayudas a dibujar… quizá ahora ayudas a que vivamos en él. Sólo dime si existe tal, susúrramelo a la hora de cocinar o de dormir, allí estarán mis orejas, atentas al jaloncito.

De bebé creo recordar tus zapatos blancos, de tacón, cuando entrabas al jardín, me agarrabas y me hacías volar por el aire, aunque sé que eso me lo contó la abuela. De niño te recuerdo terminando de pintar los cuadros de mi padre, y también los de otros artistas de aquel tiempo. De adolescente, abrazándome junto a una enredadera de bugambilia, el día que te mostré mi primer poema. Te recuerdo tratando de no llorar cuando me fui a estudiar a la ciudad. Cuando te visitaba siempre me hacías milanesas o arroz con pollo. Y me encantaba recibir tus cartas en papel de rayas celestes, con tu letra redondeada. ¿Te acuerdas cuando te ayudaba a pintarte el cabello o cuando me llevaste a tomar mi primer milkshake?. Siento decirte que casi no tomo leche en estos días, pero el recuerdo es delicioso, aunque debo confesar que el mejor de todos los recuerdos es aquel abrazo que nos diste a mi hermano y a mi en una playa al norte del Perú, aun siento el latido de tu corazón mezclándose con las olas.

Antes de despedirme quiero agradecerte por incitarme a escribir ese poema del vino, se que ambos disfrutamos la alegría inspiradora de un Malbec, a ver si nos vemos pronto y nos tomamos una copa en el balcón y hablamos de los viejos tiempos.

Te adjunto un poema que estoy haciendo y no puedo encontrar final, es uno que semeja una carta y parece estar llena de recuerdos, pero en el fondo siento que es otra cosa. Quisiera que fuera un mensaje secreto, una piedra lanzada al vacío, una gota de agua sobre el cristal invisible de la memoria …  A ver si me ayudas a terminarlo, que seguro tienes una buena idea, como eso de moler el ajo con el tenedor y esconderlo bajo los trozos de pescado a la hora de hacer ceviche.

Un beso enorme, tu hijo Adrián.

(23 Abril 2012)


© poema-carta de adrián
© foto de verita (creo, que sino, quizá fue la abuela)

21 abril 2012

De Lluvia, Vino y Arena





-Para Daniel del Solar, 13 Junio 1940 - 13 Enero 2012 -


Después de servirte un buen vaso de vino tinto
necesitas una ventana para esperar la lluvia de hoy
y un par de orejas bien afinadas
para recordar el sonido de la lluvia de ayer.

-primer sorbo de vino-

Cuando era niño pensaba que la lluvia era un montón de patos
que de repente se acordaron que tenían algo que hacer
y salían volando disparados, salpicando toda el agua del mundo.
En la adolescencia la lluvia era romántica y mojarse era un acto de fervor,
una excusa para el abrazo y la desnudez.
A los veintitantos la lluvia era un estado del alma,
a los treinta y muchos se había convertido en un estereotipo en decadencia,
después de los cincuenta la lluvia se convirtió en una máquina del tiempo
que no necesita mas combustible que la memoria.

-segundo sorbo de vino-

No me importaba mojarme
sobre todo si estaba bien acompañado
(un abrazo lo arregla todo)
La lluvia curó mis heridas mas profundas, en realidad
las lamió, y dejó en carne viva lo que hay que sacar fuera
para que se caiga solo.
Poco tuvo que ver la meteorología en esto
excepto por aquella vez en que la lluvia no me dejó llegar a tu puerta
y quise asesinar al “hombre del tiempo”.

-tercer sorbo de vino-

¿Qué necesita la lluvia para sobrevivir? …
la paciencia e ilusión de sus seguidores
cada gota  para un recuerdo bien plantado
cada trozo de humedad para un bocadillo de locura
un trozo de humanidad para explicar el choque con nubes no deseadas
y el silencio, para sentir su repicar en las ventanas.

El dedo índice dibuja un círculo en el vacío
básico y ecuménico, como el pan de cada día
como el agua y el vino en la mesa de la ultima cena
como el abrazo final, ese que te deja el ruido de lo que se fue
y después, una lista larga de pecados por cometerse
-amen amen amén que bien cometidos estuvieron-
y la lluvia seguirá cayendo
-click click click, como fotos que se disparan una y otra vez-
sobre las cabezas de los culpables los inocentes los que no saben nada
-click click click, tratando de atrapar cada instante-
sobre las cabezas de los que creen saberlo todo y se siguen preguntando
¿porque diablos cae la lluvia? ¿qué es una nube?
¿porqué estoy aquí abajo recibiendo cada gota?
cada gota cada gota
cada gota cada
click click click
gota gota
cada
clic
k
.

-último sorbo de vino-

No hay lluvia, sólo arena
camino con mis zapatos sobre ella
y cada vez que la piso siento
que dibujo un paisaje con ciudades enormes
que nunca
nunca
nunca
visitaré
… bueno …. quizá en sueños
hasta que vuelva la lluvia otra vez
y se las coma.



(Después de varios días de lluvia, pero ha llegado el tiempo del Solar)
© Imagen y poema Adrián