Entre tos y tos
navego por un riachuelo de
te de jengibre y miel
rodeado de limones verdes,
me acuesto en el regazo
de la piel de cebolla que
ha quedado olvidada en la canasta de la cocina.
El paisaje se abre paso
ante mis estornudos
y el mar de sábanas me
hace naufragar hasta la arena de un sueño.
Allí por fin despierto y
respiro hondo, he llegado
al laberinto de almohadas
a la enredadera de abrazos.
La imagen parece lujuriosa
pero es una batalla.
Vestido con mi propio
sudor, debo luchar contra el dragón de azufre
que me espera agazapado en
alguna parte de esta historia
y mis únicas armas son mis
ojos llorosos y mi corazón palpitante.
Lo veo dormir apacible en
la orilla del acantilado
un ataque de fiebre me da
valor, me crecen alas y
mis dedos como pétalos se
deslizan en la cabellera oscura del monstruo
hasta llegar a su cuello y
con mis manos temblorosas lo asfixio.
Su respiración se torna
azul, mis ojos dejan de lagrimear, mi pulso se calma
el cuerpo del dragón flota
en el aire convertido en la luz del mediodía
las cortinas se descorren,
despierto con un sabor amargo
no hay huella de lucha, solo una rosa seca dibujada en el poema.
no hay huella de lucha, solo una rosa seca dibujada en el poema.
© Adrian
Qué grande, amigo, pero no quiero que estés enfermo! He leído el poema aún sin vitamina C y he salido airosa...será la carga de amor y amistad que transmite! Espero enviarte lo mismo! Besos
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